miércoles, 26 de febrero de 2014

Nebraska, de Alexander Payne



Esta historia mínima de Alexander Payne es uno de los retratos más auténticos sobre la clase trabajadora estadounidense realizados por Hollywood en los últimos años. Es difícil separarla de la crisis económica que en 2008 golpeó de lleno al país, afectando principalmente al medio rural y a pequeñas ciudades.

Nebraska es una comedia que examina el curso de las relaciones humanas y las brechas generacionales en un escenario que convive entre la permanencia y el cambio. Algo que inquieta a Payne y que ha explorado en Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) y en Los descendientes (2011). Una película "fantasmal" por la asociación entre la notable fotografía en blanco y negro de Phedon Papamichael, la música acústica de Mark Orton y las imágenes en largas tomas a las que recurre Payne: la ruta que no tiene fin con viejas columnas de alumbrado, campos de trigo sin trabajadores, vacas a lo lejos. Una road movie que evoca y continúa un retrato en común de cineastas estadounidenses como Preston Sturges, Terrence Malick o los hermanos Coen. En estos sitios siempre hay gente acodada en barras de bares en busca de una cerveza fría o que se reúne en una mesa familiar para contar y escuchar historias, sin importar que sean viejas o nuevas. En el caso de Payne, su película actúa como un reto a las actuales tecnologías y a sus propuestas de comunicación e interacción para las personas. Sobre este punto, la belleza visual del film es de carácter militante.

Asimismo, la película me recuerda a dos expresiones artísticas. Primero, al álbum Nebraska de Bruce Springsteen (1982), cantautor y paisajista que expone como pocos el conflicto entre la nostalgia y el futuro bajo una posible eternidad circular que solo depende en su movimiento de la acción de los humildes en el presente. Segundo, por su encare de la vejez expuesta ante un bucólico escenario —la ruta, metáfora del camino—, se asemeja a Una historia sencilla (David Lynch, 1999).

La película comienza con un plano general largo con el viejo Woody Grant caminando a lo lejos a un lado de la autopista hacia la cámara. La imagen es un rescate de la distancia, leitmotiv del film. Camina solo desde Billings (Montana) hasta Lincoln (Nebraska), lo que es una locura por la cantidad de millas. El hombre cree haber ganado un millón de dólares en un concurso tras leer un anuncio publicitario en una revista. Generoso ante propios y extraños, con problemas de alcoholismo y desvaríos mentales, lo interpreta el veterano Bruce Dern, quien a sus 77 años y con más de 80 películas a cuestas ejecuta su labor con una admirable economía de gestos y diálogos. Su manifestación de la dispersión de su personaje es tan estoica como creíble.

Pero Woody no está solo. Su hijo David (Will Forte) está a su lado y, aunque sea consciente del evidente malentendido, conoce a su padre, quien por su situación no está lejos de ingresar en un geriátrico. Kate (June Squibb, actriz de Las confesiones del Sr. Schmidt), esposa de Woody y madre de David, no puede más con los delirios mentales de su compañero de vida. Por su parte, Forte, actor surgido de la comedia de Saturday Night Live, se expresa apto en su rol, sea en la perdida expresión de su mirada como en los diálogos que mantiene con su padre. Incluso es fundamental para extender de forma física y externa la dignidad de Woody.

El millón de dólares no es una mera anécdota en el guion de Bob Nelson: es un símbolo de la crisis económica que abarca las miserias que pueden afectar a trabajadores y a ignorantes en una comunidad rodeada de incertidumbres, sea ésta la de la ficticia Hawthorne o de tantas otras ciudades urbanas y rurales de Estados Unidos y del resto del mundo.








Dirección: Alexander Payne. Guion: Bob Nelson. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: Mark Orton. Elenco: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb, Bob Odenkirk, Stacy Keach. 115 minutos. 2013.


Nota publicada en www.ACCU.org.uy (25/2/2014)

No hay comentarios: