martes, 21 de mayo de 2013

El eterno Jay Gatsby



El gran Gatsby”: de Francis Scott Fitzgerald a Baz Luhrmann

Jay Gatsby es un personaje popular en la cultura estadounidense. Representa un ícono del siglo XX situado entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Es un arquetipo del self made man, humilde en sus comienzos, perseguidor y finalmente dueño del sueño americano; joven, galán y millonario. En apariencia, un ganador nato. Todo lo que lo rodea supone ser magno: es el “gran” Gatsby. Pero el mayor acierto de Francis Scott Fitzgerald en su novela es dotar a su personaje de un grado de hermetismo y oscuridad tan admirables como terroríficos. Lo que esconde es lo que finalmente vale: la otra cara del culto a la personalidad. Gatsby es un ser incorruptible.

El gran Gatsby retrata una gran fiesta y vislumbra la resaca posterior. “Botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”, señala Fitzgerald. Retrata una época: la efervescente década de los años 20 en Nueva York. La “Jazz Age”, en la que buena parte de la clase pudiente, a ritmo de foxtrot, vivía en un estado de decadencia y descontrol fruto de la explosión financiera en Wall Street, mientras otros, menos agraciados, a través del negocio del contrabando en la venta de alcohol. El final llegó en 1929, con la debacle de la Gran Depresión.

En 1922, Jay Gatsby vive en una suntuosa mansión en la zona exclusiva de West Egg (Long Island), en la que da grandes fiestas a las que concurren curiosos de todas partes de la ciudad. Por otra parte, es un enigma para cientos, especialmente para el joven Nick Carraway, que habita en una humilde casa vecina —en comparación con el palacio de Gatsby— tras instalarse en la ciudad para hacer carrera en la Bolsa. Para Gatsby, el amor es un sacrificio que todo lo puede, una pesada mochila en un largo viaje solitario. La imagen de ese amor, de ese ideal, es Daisy: rica, hija de la buena vida y de la indiferencia. Fitzgerald definió su personalidad a la perfección con una simple frase: “¿Qué haremos hoy? ¿Y mañana? ¿Y los próximos años?”. A la mansión de Gatsby la separa una bahía de la de Daisy, que habita en el East Egg junto a su esposo, Tom Buchanan.

La novela fue publicada en Estados Unidos en abril de 1925. Semanas después, las noticias no eran positivas para el escritor del otro lado del Atlántico, que vivía en Francia junto a su esposa Zelda. El libro no se vendía bien y los críticos apenas si lo reseñaban. Años después se hizo justicia y la novela —junto a las autobiográficas A este lado del paraíso (1920) y Suave es la noche (1934), y notables relatos como "Regreso a Babilonia" y "Basil y Cleopatra"— colocaría a Fitzgerald entre los escritores norteamericanos más reconocidos del siglo. La prosa de El gran Gatsby llegó a obsesionar a Hunter Thompson, quien, por ejercicio, tipeó en su máquina de escribir las palabras escogidas por Fitzgerald en más de una ocasión.

Con el paso de los años, un sinn de expresiones artísticas comenzaron a arropar a Gatsby: dos años después de la muerte de Fitzgerald, la película Casablanca (Michael Curtiz, 1942) destacó la interpretación de Humphrey Bogart como Rick Blaine a semejanza de Gatsby, al rescatar su lacónico temple, la nostalgia por un amor, los trajes en tonos claros y el juego de sombras marcado por el humo de los cigarrillos dentro de un garito nocturno. En el nuevo siglo, la serie de televisión Mad Men (Matthew Weiner, 2007) lo evoca a través de la concepción de su personaje principal, el publicista Don Draper. Una estampa externa más refinada que la de Rick en Casablanca. Tanto esta serie como la novela de Fitzgerald destacan una extraordinaria recreación de época (los años 20 en Gatsby, los 60 en Mad Men) con un personaje solitario y conflictivo como centro. Más allá de apariencias y corazas, Jay y Don, en sus diferentes tiempos, atraviesan una crisis interior de identidad continua, forjada a base de ausencias en la infancia y agravada por la experiencia presencial en un conflicto bélico.

Gatsby 2013

Previo a 2013, El gran Gatsby ha tenido tres adaptaciones al cine. La más célebre, aunque asimismo la más apática y acartonada, fue la dirigida por Jack Clayton en 1974, con Robert Redford y Mia Farrow como Gatsby y Daisy respectivamente. La que sufrió mayor censura en el guión y en la dirección fue la de Elliott Nugent, de 1949. La primera adaptación fue una película muda, dirigida en 1926 por Herbert Brenon apenas un año después de la publicación de la novela, de la que en la actualidad solo queda un trailer con algunas imágenes.

Hasta el momento, la novela de Fitzgerald no ha encontrado una película que le haga justicia, incluyendo a esta moderna versión del director australiano Baz Luhrmann. La idea sustancial es recurrente en el cineasta: el anacronismo en adaptaciones modernas de obras y épocas clásicas. Son los casos salientes de Romeo + Julieta (1996) y de Moulin Rouge! (2001), dos films donde asimismo la música pop moderna predomina. En el caso del segundo, ubicado en el París de 1900, la banda sonora destaca a Madonna, Fatboy Slim y a Christina Aguilera. En El gran Gatsby, la idea se repite entre hip-hop y charleston. Jay-Z, Andre 3000, Beyoncé, Fergie y Lana del Rey están presentes.


En las películas de Luhrmann es evidente la importancia en el uso de colores y lo vertiginoso de los planos en la narración con influencias del videoclip musical, ya sean de las fiestas de la familia Capuleto, la Belle Époque parisina o en este caso los años 20' en Nueva York. En el caso de El gran Gatsby, más allá que el recurso visual del 3D acelera el vértigo, Luhrmann no solo se queda en retratar fiestas extravagantes con la cámara viajando en el aire, reiterando planos cenitales de bailes bajo el ritmo de canciones de hip-hop y excesiva pirotecnia. Por otra parte, el director acierta, por momentos, en la segunda mitad del film, al dejar de lado las fiestas y buscar el gran contraste de la obra: retratar a Gatsby de espaldas en la noche y de perfil, rodeado por los árboles de su jardín bajo la luz de la luna; en su muelle, frente a la bahía y ante la niebla buscando con su mirada la luz de la mansión de Daisy; y en nunca dejar de lado el símbolo de los ojos pálidos del ruinoso cartel del oculista Eckleburg que no son más que los ojos del pasado, o quizá de Diosa un lado de la calle principal del Valle de las Cenizas, andurrial que separa a West Egg de Manhattan y que será determinante en el destino del grupo de estos jóvenes ricos. 


Los problemas son evidentes en el guión. Más allá que Luhrmann junto a Craig Pearce reproduzcan frases claves de la novela en diversos pasajes, toman un atajo al comenzar su película con una seguidilla de bacanales para luego decidir bajar los decibeles y culminar con las palabras de Fitzgerald sobre la bahía, agrupándolas como si fueran letras en una sopa. Por otra parte, es un fiasco introducir la voz de Carraway en retrospectiva desde una clínica por sus problemas de alcoholismo, a fines de 1929, y que sea un médico quien lo alienta a escribir sobre su viejo camarada. Uno de los más salientes méritos de la historia de Fitzgerald, publicada en mitad de la década, fue su claridad en vaticinar el fin de una era.

La fotografía, a cargo de Simon Duggan, es refinada en los momentos de quietud: cuando la luna ilumina la mansión y la playa privada de Gatsby en la profunda noche. Pero por otro lado abusa en su artificio digital atado a la ampulosidad del 3Dsobre los autos en movimiento, las fiestas en la mansión y, especialmente, en los planos aéreos nocturnos de Times Square.

La actuación de Leonardo DiCaprio como Jay Gatsby es la más digna realizada sobre el personaje hasta la fecha: el conflicto interno transmite y es constante a lo largo del metraje, entre silencios y miradas, mientras su pose, su piel bronceada y sus trajes hacen el resto. Su interpretación recuerda la que realizara del excéntrico millonario Howard Hughes en El Aviador (Martin Scorsese, 2004). Carey Mulligan, en el rol de la refinada e insegura Daisy, logra despertar otro conflicto entre la constante empatía y antipatía, propósito primario del personaje. En la escena del Hotel Plaza, se destaca sobre el resto del elenco. Tobey Maguire, como Nick Carraway, acompaña sin desentonar, resalta dotes actorales en DiCaprio como Gatsby y cumple en el desarrollo de la relación entre ambos jóvenes llegados del Medio Oeste a la gran ciudad. Joel Edgerton, como el clasista y racista Tom Buchanan, se pierde entre el linaje de su personaje y su temperamento. El vestuario, por parte de Catherine Martin, es un elemento a destacar en las actuaciones del elenco como en todas las películas de Luhrmann.

El gran Gatsby de Fitzgerald, con cada nueva lectura, esconde más de lo que muestra. En cambio, la película de Luhrmann se regodea en su abundancia en reiteradas ocasiones hasta el despilfarro visual y esconde muy poco. La historia de Gatsby es la historia de un enigma. Una es un documento histórico de peso y una denuncia categórica contra una clase pudiente que marcó una época y Fitzgerald conoció de primera mano; mientras la otra siempre se muestra en las primeras filas de la fiesta pero se retrae en el momento de la resaca posterior o en su retrato de la clase trabajadora, a base de cenizas, aceite de motor y poco más. El gran Gatsby de Luhrmann es puro y simple entretenimiento que, hasta donde puede, rinde tributo a una época que jamás le perteneció y en calidad de intruso. 






Dirección: Baz Luhrmann. Guion: Baz Luhrmann y Craig Pearce (basado en la novela homónima de F. Scott Fitzgerald). Fotografía: Simon Duggan. Elenco: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Elizabeth Debicki, Isla Fisher, Jason Clarke. Música: Craig Armstrong. Montaje: Jason Ballantine, Matt Villa y Jonathan Redmond. Diseño de producción: Catherine Martin. 143 minutos. 2013.


Trailer: