lunes, 19 de septiembre de 2011

Super 8, de J.J. Abrams (2011)





Jeffrey Jacob Abrams dirige un film que rinde tributo al cine y fundamentalmente a las producciones de Steven Spielberg (Amblin Entertainment) durante la década de los años ochenta, de sábados de matinée, con un grupo de niños como protagonista, la desidia de los adultos y un extraterrestre cautivo en un mismo plano narrativo. Super 8 es más que un calco referencial a un estilo conocido, es una efectiva fiesta de la nostalgia.


Super 8
es un tributo al cine y, esencialmente, a cierto espectador que puede situar sin problemas a este film en el anaquel, en la memoria, próximo a E.T (1982) y Los Goonies (Richard Donner, 1985), el primero dirigido y el segundo producido por Steven Spielberg en Amblin Entertainment, empresa cinematográfica fundada en 1981 por Spielberg, Frank Marshall (Aracnofobia, 1990; ¡Viven!, 1993) y la productora Kathleen Kennedy. El film dirigido por J.J. Abrams —creador de la exitosas series de televisión Lost (2004-2010), Fringe (2008-actualmente), y de los films Misión Imposible III (2006) y Star Trek (2009)— es un homenaje con todas las letras a Spielberg, que asimismo ejerce como productor. El espectador que reconozca este campo preestablecido seguramente disfrute del film; el que lo desconozca, quizá pierda sus detalles esenciales, su metalenguaje, y quedará atado a una historia que reúne a un grupo de niños, aventuras, comedia, drama, ciencia ficción, un monstruoso extraterrestre y no mucho más.

La trama nos ubica en 1979 en el pueblito de Lillian, Ohio. El film comienza con un duelo, un golpe a la niñez: el velorio de la madre de Joe (Joel Courtney) y un incidente con un visitante, Louis Dainard, implicado en su muerte accidental. Meses después encontramos a Joe y a su grupo de amigos liderados por Charles (Riley Griffiths), compinche y director, en busca de filmar una película sobre zombies: su personaje, relacionado con ironía y humor con el célebre Orson Welles, resulta simpático e inocente más allá de sus guiños repetitivos; Alice (Elle Fanning) es la actriz, la musa del grupo y especialmente de Joe, quien le expresará con más gestos que palabras su amor; Cary (Ryan Lee) es el típico personaje festivo y torpe, el explorador que lleva los cuetes, el encargado de los “efectos especiales”, ejecutado en semejanza al asiático Data de Los Goonies.



Abrams, a su manera, es también uno de estos niños. Si hay algo que rescata Super 8 es el sentido de pertenencia, de compartir y cuidar un secreto, que su realizador ejemplifica desde el título, la imagen-icono de la película de 8 mm como punto de partida, de aventura, de cine en la mano, el artefacto que rescata la realidad: la situación presencial de los niños en el accidente ferroviario y el escape de un cautivo extraterrestre, que por supuesto las fuerzas militares y policiales perseguirán.

El elenco es aceptable, más que nada por los niños, primero como grupo y luego por algunas de sus partes, donde se destacan Charles (Riley Griffiths), Alice (Elle Fanning) y el expresivo Joe (Joel Courtney). En el caso de los adultos, se manejan bajo un escenario intencionalmente impuesto: están solos, no comprenden, actúan como zombies. Roles secundarios para el policía pueblerino Jackson, padre de Joe (Kyle Chandler), el sargento Novac (Noah Emmerich) y para el problemático Louis Dainard, padre de Alice (Ron Eldard), aunque este último manifiesta en su rol la incomunicación y sentimientos del mundo adulto.

Las escenas más conmovedoras de Super 8 son las que exteriorizan el contacto, con destacada participación del compositor de la banda sonora, Michael Giacchino (Lost; Up, 2009). Tres ejemplos: los niños y su descubrimiento, su presencia directa e inocente en el accidente, en el acto; el encuentro de éstos con el extraterrestre, el otro, en su cueva, su refugio —nueva similitud con Los Goonies­—, y la posterior resolución; y el más directo: la analogía con E.T. en el contacto del collar de la madre de Joe con el extraterrestre. Estas escenas contrarrestan el conflicto generacional, mucho menos relevante en la trama, que coloca de un lado al sentido de grupo y unidad en los niños, el rescate de la infancia —que recuerda a Stand by me (Rob Reiner, 1986)—, y en el otro su oposición irreconciliable: los adultos.


La cuestión de base de Super 8 radica en la operación en el método, en su fin, dejando de lado aportes propios al espacio preestablecido —por ejemplo, si Adventureland (Greg Mottola, 2008) es un rescate autosuficiente y consciente de un pasado que jamás volverá, Super 8 no se propuso ni siquiera un mínimo reto a su idea medular—; pero por otro lado es un calco perfecto e intencional a la obra de otro cineasta, un tributo que acumula referencias y guiños que han funcionado en su momento a la perfección pero que aquí, décadas después, manifiestan que su propósito inicial no es buscar su propia voz sino generar el regocijo de una fórmula que resulta correcta dentro de sus propios límites de narración cinematográfica. Dentro de este espacio, Abrams realizó una fiel celebración, cine dentro del cine, que llega a su cénit con la ejecución de la home movie de los niños mientras caen los créditos finales.


Director y guión: J.J. Abrams

Productor: Steven Spielberg

Fotografía: Larry Fong

Música: Michael Giacchino

Elenco: Elle Fanning, Kyle Chandler, Amanda Michalka, Ron Eldard, Noah Emmerich, Gabriel Basso, Katie Lowes, Joel Courtney, Zach Mills, Marco Sánchez.

Duración: 112 minutos

Paramount Pictures / Amblin Enterntainment / Bad Robot


Trailer:


viernes, 9 de septiembre de 2011

El planeta de los simios: (r) evolución, de Rupert Wyatt (2011)



El film de Rupert Wyatt desempolva una saga dueña de más sombras que luces y la refresca desde la base de su argumento: la constitución, expresión y evolución del líder de una rebelión, el simio César. Un protagonista fuera de tiempo y espacio. Den al César lo que es del César, y al cine lo que es del cine.

El planeta de los simios: (r) evolución no es la peor traducción posible de Rise of the planet of the apes, su título original, aunque dista de ser correcta. Revolución no es lo mismo que ascensión. De todos modos, el film actúa como precuela del clásico El planeta de los simios, dirigido por Franklin J. Schaffner en 1968 y basado en la primera novela del escritor francés Pierre Boulle en 1963. Cuarenta y tres años después, se narra el origen de la rebelión de los simios -que en un futuro ambienta la obra de Schaffner, ya con los primates gobernando el planeta-. Y aquí algunas de sus diferencias: mientras la primera película se especializa en el individuo, con la efectiva e inolvidable escena de George Taylor (Charlton Heston), el hombre, de rodillas y derrotado ante los restos de la Estatua de la Libertad como hipérbole, y su creíble mea culpa y lamento por la condición humana, o mejor dicho por su acción, la nueva se inclina a la constitución y evolución del líder de una rebelión: el simio César. Según parte de su argumento -la rebelión de simios contra humanos-, y teniendo en cuenta el conjunto de la saga, la nueva obra se relaciona más a Conquista del Planeta de los simios (J. Lee Thompson, 1972) que a cualquier otra.

El médico Will Rodman (James Franco) investiga la cura del mal de Alzheimer bajo el paupérrimo liderazgo del médico-empresario Steve Jacobs (David Oyelowo). El primate hembra "ojos brillantes", capturada en la jungla, dueña a través de una terapia genética de "la cura" para la enfermedad a estudio, es asesinada a balazos durante un incidente en el laboratorio y deja a su crío huérfano, y hereditario genético, que Will decide llevar a casa para salvarlo de ser sacrificado y lo bautiza con el nombre de César. Se deja el escenario del laboratorio y se pasa al hogar, espacio familiar donde se desenvuelve el conflicto generacional: la relación padre-hijo, tanto la de Charles (John Lithgow) con Will, y la de este último con César (creado digitalmente sobre la actuación de Andy Serkis) en su calidad de padre adoptivo. El conflicto se nutre de una realidad, una experiencia: Charles sufre de Alzheimer y su hijo lo medica clandestinamente con importantes adelantos, aunque pronto aparecen los evidentes problemas de convivencia entre los distintos mundos, que terminan con César en un centro de reclusión para primates.

Volviendo al concepto de evolución, éste radica, en primer término, en lo que le ocurre a César desde el primer hasta el último minuto del film. A vuelo de pájaro, su confinamiento y luego en la ascensión de una rebelión bajo lema de mosquetero "Uno para todos y todos para uno". El simio pasa de víctima a líder, y protagonista fuera de tiempo y espacio, gracias al acierto de los guionistas Rick Jaffa y Amanda Silver. En segundo término, la película es toda una evolución respecto a la última versión de El Planeta de los simios realizada diez años atrás, a cargo de Tim Burton, que se pasó de autorreferencial, caprichoso, y con su autobombo artístico no sólo destruyó su película, sino que casi destruye toda la saga. En cambio el director británico Rupert Wyatt (El escapista, 2008), con orden y sobre todo con mucha más humildad, la refrescó y levantó, sin perseguir la panacea cinematográfica.

Wyatt logró varios aciertos: la exposición del escenario, del espacio visual. Aunque gozara de los actuales adelantos tecnológicos, San Francisco no le quedó grande, ciudad con peso propio como pocas en Hollywood -desde Vertigo (1958) y The Birds (1963) de Alfred Hitchcock hasta Bullit de Peter Yates (1968)-. La batalla en el simbólico Golden Gate entre animales, entre hombres y simios, entre armas y músculo, entre lógica e instinto, funciona y es efectiva como metáfora, como puente. Para expandir aún más el logro, la labor del equipo técnico de Weta Digital en las animaciones CGI y efectos en los movimientos y expresiones de los simios es más que un lujo: es la dirección tecnológica a la representación visual deseada, una alternativa "forma ilusoria y sensorial del mundo", citando a Arthur Schopenhauer.

Asimismo, dentro del espacio visual establecido -y aquí toda una sorpresa subjetiva como espectador- en la película se aprecian referencias al universo cinematográfico o, al menos, a momentos claves de su historia. Como el caso de la aproximación de su argumento con el de Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), más allá del esclavo que lidera una rebelión; de la semejanza de César, en la relación amo-creación, con Frankenstein (James Whale, 1931); o por otro lado, mucho más subjetivo, a Alfred Hitchcock. No porque la historia se desarrolle en San Francisco, escenario predilecto del Maestro, sino que en este caso se aprecia en la primera escena en que se presenta el avasallante espacio natural del bosque Muir y sus típicas sequoias, cuando Will y su novia Caroline llevan a pasear a César. Aquí, Wyatt rinde tributo a su compatriota de forma inmediata: un plano que recorre una sequoia, brindándole importancia como en la célebre escena de Scottie y Madeleine en Vertigo. Mientras que en el film de Hitchcock el árbol es más pulsión que el peso de la naturaleza o el paso del tiempo, en el caso de Wyatt no es más que un sutil tributo junto con la presentación de un espacio cohabitado por hombres y simios.

No sólo hay referencias cinematográficas, sino también están las literarias, mucho más explícitas. Por ejemplo en la elección del nombre del simio por parte de Will: en una escena en su casa se aprecia, adrede, la tapa del libro Julio César, la tragedia de William Shakespeare basada en la caída del emperador romano, y que puede llevar a más de uno a alejarse por un momento de la saga y pensar en paralelismos entre las obras, quizá con la obviedad de las llegadas de los traidores en un futuro. Por supuesto, este razonamiento no es más que una especulación.

Pero más allá de referencias, nada es perfecto y menos en el cine. Lo que el guión destina con aciertos a la concepción y expresiones en los simios, lo pierde en el resto del elenco, los humanos: James Franco, Freida Pinto (Caroline, novia de Will), Tom Feldon (Dodge, el carcelero de los simios) y David Oyelowo pasan sin pena ni gloria, especialmente este último, un cliché caminante ávido de dinero. Ni siquiera el veterano Brian Cox (John Landon, autoridad de la cárcel) asoma la cabeza. Los únicos que superan la prueba son John Lithgow como Charles Rodman, padre de Will, y Andy Serkis, interpretando junto a la tecnología a César, como años atrás lo hizo con Gollum en la trilogía El Señor de los Anillos de Peter Jackson. 

Rise of the planet of the apes, según su nombre original y la determinación de la palabra "rise", supone la presentación de César y su ascensión, rebelión y también su evolución como líder. Asimismo, Rupert Wyatt logra su propósito: desempolvar y refrescar la saga y tomar la base de la historia para construir y bifurcar sus propios argumentos. Pero éste no es su mayor triunfo, sino que en tiempos vertiginosos del cine actual y comercial de Hollywood, repleto de efectos y tecnologías con poco efecto trascendente, aplica con precisión los artificios y pasa la prueba, además de contar con una historia bien narrada y que va por más.



 
Director: Rupert Wyatt
Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver
Fotografía: Stephen F. Windon
Elenco: James Franco, Andy Serkis, John Lithgow, Brian Cox, Freida Pinto, Tom Feldon, David Oyelowo
Duración: 105 min
20th Century Fox



Trailer: